jueves, 20 de noviembre de 2008

Foucault y las ciencias humanas en el límite de la representación.

Entendiendo representación como la presencia de algo en una ausencia, podemos comenzar a explicar lo que Foucault intentó expresar cuando habló del límite de la representación.

El “hombre”, [1] en lo que Foucault llama Reina de la Semejanza produce primeramente un conocimiento analógico en el que el lenguaje ocupa un papel fundamental, ya que, este es un espejo de la realidad a la que se refiere, en cambio, en la época clásica del autor, se habla del mundo como una representación, el conocimiento analítico emerge cuando el ente conforma el objeto y sujeto de estudio en la episteme, en dicha representación el lenguaje nos lleva al ser de las cosas.

Con el paso del tiempo El “hombre” aprehende una conciencia histórica, la cual lo lleva a saberse un ser finito; con la conciencia de la finitud se provoca la introspección del individuo en su intimidad, llegando así a la conclusión de que ninguna representación es exacta, nada podemos conocer escrupulosamente pues nos limitamos al conocimiento del lenguaje, signos que no pueden expresar lo imperceptible.
[…]Era esta misma finitud la que le impedía conocer en forma absoluta los mecanismos de su cuerpo, los medios de satisfacer sus necesidades, el método para pensar sin el peligroso auxilio de un lenguaje[…] [2]

Foucault propone que si el hombre se sabe un ser finito puede entonces pensar lo impensable, abriéndose así un espacio a las ciencias de lo otro, de lo invisible aquellas que el llama heterologías: Historia, etnología y psicoanálisis.

Al parecer el hombre no fue sujeto de estudio ni objeto de un saber, hasta la aparición de las ciencias humanas. El conocimiento humano se transforma, pues éste se creía inagotable, sin embargo, de pronto aprecia su condición restringida y la búsqueda de lo impalpable lo transporta a emprender un estudio propio.

Con la aparición de las ciencias humanas cuando el límite de la representación se produce, y se confina el lenguaje, el hombre advierte que puede intentar conocerse, pero la muerte lo superará por siempre.
“El “humanismo” del Renacimiento, el “racionalismo” de los clásicos han podido dar muy bien un lugar de privilegio a los humanos en el orden del mundo, pero no han podido pensar al hombre.” [3]

El lenguaje entonces es sólo exterioridad, no nos pertenece, pues es arbitrario pues no va unido al ser de las cosas ni mucho menos a su representación, y ahí donde el lenguaje es contingente es en donde Foucault inserta las heterologías y así nos abre la posibilidad de repensar nuestro lenguaje y por tanto nuestro conocimiento.

Con respecto a la muerte del hombre Según el autor Michel Foucault el hombre es una invención reciente, creada en el siglo XIX por las ciencias humanas que lo han convertido en su objeto de estudio.

“En todo caso, una cosa es cierta: que el hombre no es el problema más antiguo ni el más constante que se haya planteado el saber humano.” [4] No es que el hombre no haya existido anteriormente sino que nunca se había puesto como objeto de estudio y sin estas ciencias que ha creado para estudiar a lo otro lo invisible y a si mismo “ …podría apostarse que el hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro de arena.[5]

Por lo tanto el hombre es un ser limitado que por su pobre manera de comunicarse y conocer el mundo no es capaz de aprehender muchas cosas que lo rodean, pues se sabe un ser agotable, adquiere esa conciencia histórica que le permite conocer sus propias fronteras y límites.

La invención del hombre permite que la historia se establezca como conocimiento a partir de que el hombre aparece, aunque Foucault por una parte mató al hombre antiguo y moderno nunca mencionó que no existiera un ser que había poblado la tierra y que construyó hechos históricos que hoy en día se estudian como parte de un pasado que administran un conocimiento construido para una sociedad.





[1] “hombre” ya que Foucault dice que el hombre es una invención reciente.
[2] Michel Foucault, Las palabras y las cosas 1968
[3] Michel Foucault, Las palabras y las cosas 1968
[4] Las palabras y las cosas, Michel Foucault pag 375.
[5] Ibidem.

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